Lo único que está claro, llegados a este punto, es que a la hora en que las perdidas abandonan sus esquinas y en que los borrachos vuelven a casa a por el último trago, nada bueno podemos esperar de la escarcha y la luz del alba. Que juntas -y no revueltas- forman las titilantes luces de fiesta más traicioneras y siniestras que se puedan encontrar en una madrugada de invierno.
[s.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario