28 de noviembre de 2010

La última palabra




Podría haber gritado a los cuatro vientos que he ganado, y seguramente me hubiérais tachado de vanidosa. También podría haberos dicho que he perdido, porque al fin y al cabo no hay victoria más subjetiva que esta. La tercera opción y seguramente la más sensata habría sido callarme y disfrutar de los chismes surgidos -no hay una fuente más rica en chismorreos que esta de la que os hablo-. Pero sin duda, lo más divertido fue hacer como si no hubiera pasado nada.

Por eso, tiempo después descubrí a mi adversario arrastrado por el suelo como prueba infalible, ahora sí, de su derrota. Yo no le empujé, se había arrojado él solo en el momento en que -supongo que a la defensiva- decidió hinchar el pecho y autoconvencerse de que su fracaso no fue si no una trampa por mi parte. No fue una derrota de esas que te hacen llorar, te dan fuerzas para seguir adelante y te hacen aprender de los errores; esas sólo aparecen si el afectado así lo decide. Por el contrario, su maldad le había hecho quedarse sólo, agarrado desesperadamente a la autocompasión y azuzado únicamente por unos cuantos trabubus murmurando lo que quería oír.

Porque llevar la cabeza bien alta cuando no toca es una prueba más de tu caída inminente. Y es que no hay nada más rastrero que buscar la lástima ajena cuando te sale el orgullo por las orejas.

s.

''La última palabra no es otra más que la que dices a la cara,
pero tienes una jeta tan grande que no sabría ni a dónde mirar.''

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