
Era abril, un día por la mañana, y la calle Carrera estaba atestada de camionetas de reparto. La gente llevaba ya varios meses en manga corta. Las ruedas de los coches aún chirriaban al girar las esquinas como si los adoquines agonizasen bajo los neumáticos. Pero nada de eso. De hecho, los adoquines habían dejado de ser grises por unos días, se habían vuelto de colores y chillaban de alegría cuando alguien pasaba por encima de ellos. No me lo invento, es verdad, he podido volver después a comprobarlo.
Eran los pocos restos que aún quedaban de la Semana Santa. A esa niña cualquiera es algo que siempre le pareció triste; la gente en Semana Santa llora, camina despacio, con la cabeza gacha... Pero había algo que le gustaba. Los niños coleccionaban esas lágrimas que caían de los cirios y con el paso de los años conseguían hacer pelotas gigantes de colores. Las otras lágrimas, las que nadie conseguía recoger se quedaban en el suelo. Pero eso tampoco era triste como la señora que llora y le tira flores al paso; de hecho esas lágrimas eran las que cuando la fatídica semana terminaba, chillaban como posesas cuando los coches pasaban; y pintaban de colores los adoquines grises y hacían vibrar por un tiempo las paredes blancas. Al cabo de unos días se volvían negras (no de tristeza, si no de suciedad) pero bah, eso ya a nadie le importa.
La niña cualquiera que lanzaba gusanitos a las palomas no podía comer gusanitos todos los días. Otras veces le gustaba ir con un papá cualquiera al mirador del Gallo. Allí también descansaba a la sombra, pero no había palmeras, ni palomas. Había algo mejor. Era el momento en que ese padre cualquiera la cogía y la asomaba al mirador y le decía "mira, allí, donde mi dedo", y después de muchos esfuerzos por seguir una línea recta imaginaria, la niña cualquiera descubría su objetivo. Que siempre era el mismo, pero siempre le hacía ilusión.
Allí, al final del dedo, estaba una mamá cualquiera, muy muy pequeñita, asomada a la ventana. Era tan pequeñita que para ser vista tenía que agitar una hoja de periódico en lo alto. Esa mamá cualquiera saludaba. Y la niña agitaba el brazo todo lo que podía; pero ella no sólo no tenía una hoja de periódico, si no que además era más pequeña. 'A lo lejos pareceré un puntito', pensaba, y empeñaba todas sus fuerzas en hacerse ver por la mamá cualquiera. Aunque en realidad no importaba si la veía o no porque luego, al llegar a casa, siempre esa mamá cualquiera le decía que sí.
Y ojalá pudiese contar cosas cualquiera eternamente. Es que echo de menos esa infancia cualquiera, será que me estoy haciendo mayor.
s.
(Y ahora, más que nunca, las palomas estarán escondidas, y de aquí a un mes las lágrimas del suelo ya no chillarán de alegría porque por arriba, por el cielo, ya se oye el estruendo de los aviones americanos yendo y viniendo. Y ojalá que llevasen buenas noticias. Ojalá.)
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