Aquella vez, y sólo aquella vez, vio cosas así.
Vio a los dueños esperando en la cuneta, lastimeros, mientras los perros se alejaban conduciendo su furgoneta;
vio a los niños pintando de colores las paredes y a los padres copando las guarderías;
vio a muchos animales marchar por un sendero invisible hacia lo más espeso de la selva;
vio a la tortuga correr, y a la liebre caminar, y ganar;
vio a un señor muy pomposo subido en un atril prometiendo cosas, y luego le vio cumplirlas;
vio cinco ruiseñores cavando un hoyo para enterrar sus huevos, a un topo saltando grácilmente de rama en rama y a una rana fumando en una tumbona al borde de una piscina;
vio tantas cosas que se acuerda de todas;
vio fiestas en las iglesias y a los predicadores en los bares, con dos gin-tonics de más;
y se dio cuenta de que así el sermón era más divertido;
vio lluvia dulce y no ácida;
vio niñas llenas de barro y niños tomando el té;
vio a humanos perseguir una liebre de trapo, y a cientos de galgos con esmoquin apostando al ganador;
vio a una anciana correr y correr hasta alcanzar al tipo que le robó el bolso.
Entonces cerró el libro. Y los perros, los humanos, la tortuga, la liebre, el topo, la rana... se esfumaron.
Y salió a la calle y vio multitudes enteras de personas.
Y vio que la realidad no se esfuma cuando cierras unas tapas de cartón.
Y decidió volver a por el libro para enseñárselo a la gente.
Y ahora todas esas multitudes de personas sueñan que un mundo del revés es posible.
s.
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