18 de noviembre de 2009

Le gusta, no le gusta

En otoño le gusta ver la lluvia azul reflejada en su cara a través del cristal, le gusta hacerlo desde casa, tomando sopa caliente en una taza, como en los anuncios, y con la manta por los hombros. Le gusta enfundarse sus botas de agua rojas y el cálido gorro de lana que le hizo su abuela, con sus arrugadas manos. Le gusta salir a notar las gotas, las cuales hasta entonces sólo habían sido reflejos, resbalando sobre su pelo y que éste se le rice. Le gusta pasear por el centro de la ciudad cuando llueve en un día de diario, porque no hay nadie y las losas de piedra del suelo reflejan los naranjas de las farolas. Le gusta oír la música de un violín, que viene de algún portal donde se resguarda un mendigo con sus escasas pertenencias; le gusta que un violín y un perro formen parte de ellas.

En otoño no le gusta que la sopa le queme los labios, pero tampoco le gusta esperar a que se enfríe; odia que el agua se le meta por dentro de las botas y que la gente se quede en casa en un día de lluvia y la ciudad parezca muerta. No le gusta oír música proveniente de alguien que no tiene adónde ir, porque es música gris, ni los indigentes cuyas únicas pertenencias se basan en un cartón de tabaco y un paquete de vino.

En cambio, en primavera le gusta poder ver desde su ventana los abetos, que llevan todo el año igual de verdes. Le gusta salir a pasear y oír los primeros bullicios del verano inundando las calles, le gusta llegar a los jardines y sentarse a notar la hierba que le pincha en los tobillos, cuando se le recoge el pantalón al estirar las piernas. Le gusta callejear por lugares que sólo los turistas con peor sentido de la orientación han descubierto y subir al mirador desde el que se ve el campo, en lugar de la ciudad.

No le gusta que en primavera sólo se hable de blancos almendros en flor, ni que los turistas regresen a sus países con las maletas llenas de pequeñas ranas de porcelana, sin comprender por qué la ciudad en la que han estado se llama también la ciudad dorada. Le invade la rabia cuando escucha comentarios de los paseantes criticando a quienes disfrutan de la hierba, mientras sus perros ensucian el verde de los jardines. Además, no le gusta que los visitantes no descubran esos escondites por los que ella pasea, ni que desde los miradores no se mire lo que se tiene que mirar.

No le gusta que le pregunten si verano o invierno, porque ella lo que prefiere es el otoño y, después, la primavera.

[s.]

No hay comentarios: