26 de noviembre de 2009

Pasa y siéntete como en tu casa

Podría llamarlo azar o destino, pero no creo en ninguno de los dos. Creo que cada persona tiene lo que se merece. Creo que cada persona se forja su propio futuro con sus acciones y también creo que actué correctamente. La situación empezaba a desbordarse y alguien tenía que controlarlo.

Al contrario de lo que muchas personas creen, nada de esto sucedió a causa de una discusión. Tampoco tuvo mucho que ver con el problema de anorexia de la amiga de mi mujer, Alejandra. Sin embargo, desde el primer día en que ella entró a vivir con nosotros todo empezó a cambiar: sutiles sugerencias que incitaban a la comida se repartían por toda la casa: snacks, bebidas o frutas distribuidas en pequeños cuencos alteraban el orden habitual de la casa y con él la estabilidad emocional de sus dos habitantes. ¿El resultado? Ahora vivo solo.

Todo comenzó el día en que mi mujer, Julia, se encargó de anular mis planes para aquella tarde de domingo: “¡Se acabó lo de traer a tus amigotes cada tarde de fútbol! A partir de ahora haremos cosas productivas.” Y diciendo esto, me quitó la bufanda de mi equipo favorito y puso sobre la mesa tres billetes de tren. Yo aún no sabía qué entendía ella por productivo, por lo que, después de exigirle una explicación, llegué a la conclusión de que mi mujer se había vuelto loca. Julia, la más tranquila, la más callada, la más sumisa… Ahora se rebelaba y en pleno ataque de euforia pretendía que nos fuésemos un mes a la casa que su tía tenía en pleno Pirineo. Porque iba a favorecer la recuperación de Alejandra, decía.

Ni mis más enrevesados argumentos consiguieron que Julia desistiese de su idea. Así que, teniendo en cuenta mi opinión como si fuese la del jarrón del recibidor, esa misma noche todos los equipajes estaban listos para partir a la mañana siguiente, lunes. Su locura había llegado hasta tal punto que se había encargado -muy atentamente por su parte- hasta de agotar mis treinta días de vacaciones que aún mantenía intactos. Para evitarme molestias, claro.

La mañana siguiente se me antojaba gris. Antes de subir la persiana de mi habitación me imaginé los nubarrones que me esperaban detrás, tapando la luz del sol; pero descubrí, no sin asombro y con un ataque de rabia mañanera de esos que nos han entrado a todos alguna vez al levantarnos, que hacía un sol radiante. Exactamente igual que la sonrisa de Julia según salíamos de casa. No vi otra salida, así que con la bufanda de mi equipo favorito en el armario, el equipaje en mano y la puerta de mi casa cerrada por fuera, nos dirigimos a la estación de tren.

El viaje hasta la estación fue, cuanto menos, estresante. “Juan, ¿has cogido el gorro? ¡Mira que allí hace frío…!”, “¿Habrás cerrado bien la puerta, no? Que en un mes bien nos pueden desvalijar la casa”, “Ya verás, Alejandra, ya verás qué bien te va a venir aquello”, “La cámara, ¡la cámara! Juan, ¿dónde la has guardado? Con lo bonito que es eso y no vamos a poder hacer fotos…”, “Le dejé una nota a la vecina para que regase las plantas, ¿la habrá visto?”, “¡Anda, mira, la cámara! Resulta que la había guardado yo…”, “Mira, aparca ahí, que hay sitio; ah no, es para taxis”, “Vamos, Juan, vamos, que perdemos el tren”, “¡Ahí sí que hay uno! ¡Pero corre! ¡Que te lo quitan! Si es que no espabilas, Juan, no espabilas, ahora nos tocará aparcar en Garrido, ya verás”…

(…)

Un simple movimiento en aquel andén me llevó a mi situación actual. Yo no soy de planes enrevesados, ni de venganzas ni de celos, como ya he dicho antes, pero encontrándome sin otra opción, junto a estas dos mujeres que me conducían inexorablemente hacia la muerte en vida, y con un tren acercándose a una velocidad lo suficientemente alta como para matar a alguien sólo se me ocurría una cosa.

(…)

“Lo vais a pasar genial, ya veréis. Sé que lo disfrutaréis” Y según pensé esto regresé a tierra firme desde el vagón contiguo, mientras detrás de mí se cerraban las puertas y el tren arrancaba. “No sabéis cómo os envidio” Y, con una sonrisa de oreja a oreja y disfrutando de la ignorancia de mi mujer en aquel momento, regresé a casa, donde me esperaba una cerveza bien fría, un mes de partidos de fútbol sin incordios y la bufanda de mi equipo favorito.

[s.]

2 comentarios: