Se perdía entre las sábanas.
Se perdía entre los cereales, se hundía y navegaba por su tazón de leche con colacao hasta que Luis -lunes, miércoles y viernes- o el teléfono que nadie cogía -martes y jueves- la rescataban. 'Vas a llegar otra vez tarde, como siempre; el día en que termine de ahorrar y me largue a Montevideo te despedirán, ¡espabila! Maldita vaga...' Pero aunque solía repetirle la misma retahíla de amenazas tres veces en semana, los dos sabían que era mentira; que él nunca se iría y que ella jamás cambiaría. Lara, además, sabía que era él quien llamaba durante el desayuno para salvarla de los malvados copos de maíz. Por eso nunca lo cogía.
Se perdía a las 8 de cada mañana, desaparecía camino al metro pisando sólo las baldosas rojas y aparecía unos minutos después en su mesa, junto a varios millones de informes. Se perdía a la hora del café intentando llegar a la esquina del súper antes que aquel señor de la bolsa verde. Nadie sabía con quién ni dónde, pero a menudo también se perdía al salir del trabajo y no aparecía por casa hasta después de la cena, como si nada.
Por la noche, Lara desaparecía entre los cojines del sofá con un libro de la mano y con un pijama minúsculo que sabía que a Luis le encantaba, aunque él nunca lo había dicho. Se lo ponía para hacerle rabiar, por cobarde. Se perdía entre las hojas del libro; las letras bailaban en su cabeza llegando a representar auténticos festivales sólo para ella. Lara se perdía, y perdía a Luis, quien siempre intentó y nunca consiguió asomar ni la punta de la nariz a su mundo.
Pero eso era hace mucho, porque un día Luis consiguió dinero. Y conoció a Sandra y se largó con ella.
Ese día Lara perdió su trabajo, decidió celebrarlo. Desapareció.
Hoy, mientras Luis desayunaba, ha sonado el teléfono, lo ha cogido Sandra.
'Es para ti. Una tal Lara, desde Montevideo'.
s.
No hay comentarios:
Publicar un comentario