Por qué los equilibristas son equilibristas

Había llegado muy alto, tan alto que apenas veía a la gente de abajo, aunque sabía que todos le miraban con expectación y, por qué no decirlo, un poco de maldad. Pues bien, caminó de puntillas por la cuerda floja durante bastante tiempo. En cada mano, al final de su brazo extendido, una gran bolsa con canicas, para mantener el equilibrio. Quizás eso fuese lo más duro, saber que su vida dependía de que una sola canica se saliese de su malla... lleguó incluso a pensar que aquella cuerda nunca se acabaría. No llevaba una vara, la típica vara de equilibrista, por dos razones. La primera y más importante es que él no es ni ha sido nunca equilibrista; la segunda, la segunda no os la cuento, es un secreto que me dijo una vez.

Había caminado ya un buen trecho y el silencio de su alrededor se había convertido en un zumbido para sus oídos; llegó a pensar que era una mosca pero luego recordó que hasta la mosca más mosca estaría pendiente de su actuación. Finalmente pasó lo que llevaba sospechando mucho tiempo que pasaría... Una canica se salió por uno de los huecos de aquella malla; después fue otra y después otra. El flujo de bolas de cristal comenzó a ser importante y su equilibrio lo notó, pues tuvo que despegar un pie de la cuerda. Nada. El peso de las canicas que aún estaban dentro iba haciendo el agujero más y más grande...

Todo fue cuestión de segundos. Por suerte o por desgracia en aquel momento ni pensó, me lo dijo a mí después; me pregunto por qué lo haría, aunque en alguna ocasión todos hemos actuado así, supongo que es eso que llamamos instinto... Aquel hombrecillo podía haber hecho cualquier otra cosa que ocupase alguno de los primeros puestos en el ránking de 'cosas que hacer en el caso de perder el equilibrio estando en la cuerda floja'. Pero no. ¿Sabéis lo que hizo? Saltó. Aquel hombre saltó muy alto, llegó tan arriba que se esfumó. Nadie de allí vio lo que sucedió, o sí; pero fue todo tan rápido que todos creyeron haber pestañeado en el instante exacto en que desapareció del lugar...

Y ahora anda por aquí, todavía está un poco sorprendido, dice que nunca pensó que unas cuantas canicas le pudiesen traer hasta este sitio. Creo que se ha ido a dar un baño, os envía saludos. En fin... no imagináis los bien que se vive aquí, espero que algún día seáis valientes como él y descubráis el camino. Además, podréis desayunar chocolate con churros siempre que queráis.

s.