29 de enero de 2011

Cientochenta grados

Un hola hubiera bastado para que mis pensamientos hacia ti diesen un giro de ciento ochenta grados. Una mirada tuya y hubiera sido capaz de matar por estar a tan solo unos milímetros de tu piel. Por un sólo gesto hubiera soltado cualquier cosa que estuviese en mis manos, lo hubiera dejado todo y... no, ahora mismo no, lo siento, me estoy confundiendo...

Y digo lo siento por educación, que siempre hay alguien que se ofende. Creo que tanto cine clásico me está enturbiando la mente. O quizás no es el cine clásico. Puede que fuese aquella pareja que me tocó en mi misma mesa en la biblioteca. Esa que por poco no se asfixia mutuamente por obstrucción de laringe... que vaya tela, ir a la biblioteca con toda la intención de estudiar y que se ponga delante de ti la pareja pastelosa. Son de ese tipo de personas que se llaman mutuamente cosas blandiblú (llámalo X). Lo siento, a mí me daría vergüenza, incluso en privado. Pero qué le vamos a hacer, si tiene que haber de todo en la viña del señor, digo yo; bueno yo no, el cura que me da hecho religioso, del que por cierto, se comenta que le da a los aliños.

Volviendo a lo de antes... Lo peor de todo es que cuando por fin consigues rescatar los cascos de la mochila, poner la música al volumen-sordera y crees (¡ay, ilusa!) que vas a poder leer dos palabras seguidas, es cuando deciden pasar a la acción. Horror, terror. Por suerte, no sobrepasaron los límites de lo-que-se-puede-hacer-en-público... parece una tontería, pero yo todavía le doy gracias al universo por ello, porque cerca anduvieron. Y en ese momento ya sólo tienes dos opciones: o construyes una puerta interdimensional sin opción de retorno para lanzar a los dos pastelitos a través de ella o... te vas a estudiar a tu casa y pierdes otra media hora por el camino. Y no hay cosa que más rabia me dé que hacer puertas interdimensionales.

s.

Supongo que tanto estrés (¿yo, estrés? SÍ, YO, ESTRÉS) no es bueno para nadie. Tampoco para mí, que estoy viendo cómo la línea de pedaleaquenollegas se está desviando irremediablemente hacia la locura total. Seguro que algo tiene que ver el haber estado unas 12 horas sin comer ni ver más luz que la de la pantalla de un ordenador. Porque si algo tiene que salir mal... es porque te has puesto a montar el corto el mismo día de la presentación. Y eso... no-puede-ser. Anyway, aquí está el resultado, que es como parir un hijo feo: ¿engendro? Sí, pero tuyo.

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