Pudo esperar sentado todo el tiempo que hizo falta. Bueno es un decir, sentado no pudo esperar, era de eso que se llama de culo inquieto... me refiero a que fue capaz de esperar cuanto fue necesario.
Pudo aguantar todo lo inaguantable a quien ni siquiera conocía, lo que muy pocas personas más podrían haber pasado por alto; sólo tuvo que hablar (de esa forma tan calmada y suave como sólo él sabía) alguna que otra vez y todos los males se fueron volando.
Pudo sonreír tanto como fue necesario para ahuyentar cualquier sombra, sus dientes siempre relucieron cuando hizo falta.
Y también pudo escuchar historias infinitas y cuentos eternos. Esperó hasta el final de cada uno de ellos para hablar; no le hizo falta ni boli ni libreta para recordar todo lo que quería decir, le bastó con escuchar atentamente.
Sólo hubo una cosa que no resistió, y fue el silencio. No hay cosa más frustrante. Así que, después de haber esperado, aguantado y sonreído se levantó y decidió ir en busca de historias a otra parte, porque para él los sermones ya no tenían volumen ni los gritos valor, sólo quedaba el silencio. No tuvo más que echarse la silla al hombro y ponerse a caminar, que de allí ya no podría sacar nada bueno ni nada bueno podría salir de él. Ya encontraría otro lugar donde pararse a escuchar.
s.
No hay comentarios:
Publicar un comentario