12 de julio de 2011

Un señor ávaro multimillonario

En el momento en que aquel hombre pagó, todas las monedas que había entregado fueron destruidas de manera automática por una enorme y silenciosa máquina situada en el piso inferior. Pero eso nadie lo sabía. Los billetes, en cambio, se dividían en dos grupos. Los más pequeños, de 10 y 20 euros, se dirigían por medio de una red de tuberías de aluminio hacia una fábrica; allí se transformaban en tela de colores lista para confeccionar desde servilletas hasta trajes de corbata. Los del segundo grupo, desde 50 hasta 500 euros, eran transportados cuidadosamente por sherpas a través de una galería subterránea de túneles que recorría gran parte del territorio nacional. Los sherpas, claro, eran criados en el analfabetismo para evitar la tentación de robar tan suculento tesoro.

Esa crueldad sólo podía ser propia del multimuchimillonario dueño de tan complicada trama. Este personaje era un ser vil que esperaba cada día su ración de billetes grandes sentado en un trono fabricado a base de los materiales más caros del mercado. Con los billetes tan pronto empapelaba las paredes de su casa, como que le hacían las funciones de posavasos o de propina para el hombre que recibía a los huéspedes por él. Dando un paseo por su casa podríais hasta plantearos la posibilidad de que este individuo poseyera una máquina capaz de fabricar dinero. Algunas personas de sus círculos cercanos incluso afirman que los cimientos de aquella mansión están construidos a base de dinero rosa y amarillo, pero nada se sabe con seguridad. En realidad tampoco sé qué porcentaje de estos rumores serán ciertos y cuáles falsos, de lo único que estoy segura es de que este señor tenía una obsesión enfermiza con el dinero.

Todo esto surgió en una mañana tormentosa de lunes. El avaro rico, que estaba aburrido en su jacuzzi de agua con partículas de oro, se encaprichó con algo que sólo había en el exterior de su casa: gente con dinero propio, gente dispuesta a entregarlo a cambio de obtener beneficios. Y sólo si exprimía a esas personas podría seguir obteniendo dinero al ritmo que hasta entonces lo había hecho, así que decidió adquirir un negocio. Ese día fue el primero en que el señor avaro exigió que todos le llamasen Señor de Iberia, y desde entonces, miles de personas inocentes sufren las consecuencias de ello.

s.

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