Camina, y mientras camina le gusta intentar escuchar su alrededor. No cierra los ojos por miedo a ser atropellado por esa marabunta de gente que pasa sin prestarle atención; aunque bueno, eso es una bobada, si le tienen que aplastar y pisotear lo van a hacer sin miramientos, ya sea con los ojos abiertos o cerrados.
El ruido de los motores no le permite oír nada más allá y el pitido de los semáforos de peatones cuando están en verde eclipsan a cualquier otro sonido; por eso aprovecha esos cinco silenciosos -y deliciosos- segundos en los que el semáforo de los coches está en rojo y el de peatones aún no se ha abierto. Los aprovecha para escuchar a la gente. No sus conversaciones, sino sus pasos; el ruido que hace el aire con las bolsas de la compra de ese señor; una big band del siglo veintiuno toca un poco más allá; a sus espaldas alguien silba una música que no consigue reconocer...
Se acabó el tiempo. El semáforo de peatones se abre, comienza el estruendo. El señor de las bolsaas huye y tras él, la persona que silbaba. Ya no se oye música alguna y de nuevo, él vuelve a llegar tarde por pararse a escuchar cinco segundos... Lo que más le preocupa es que ahora es él el que se tiene que convertir en parte de la marabunta homicida. Lo que menos, que sabe cuando quiera puede volver a separarse de todos ellos y que algún día podrá hacerlo todas las mañanas; y eso le gusta.
s.
1 comentario:
ai tia... me encanta leer tus textos... me dejan una sensación más guay... =)
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