14 de enero de 2011

Bangkok

Volvió a su habitación sin haberse peinado aún; la atmósfera cargada después catorce horas durmiendo allí la absorbió nada más entrar y le entraron ganas de tumbarse de nuevo. En esa época siempre le ocurre lo mismo: la cama se convierte en un imán y en pleno enero las noches se hacen más cortas que nunca. Pero mientras miraba sus zapatillas tiradas en el suelo del día anterior se negaba mentalmente permitirse un lujo más: ya había dormido en una noche lo que no había dormido en los tres días anteriores. Los exámenes son lo que tiene. Esas vacaciones en Bangkok llevaban reservadas ya unos meses, así que no podía permitirse suspender el último examen del curso. Pero eso no la preocupaba ahora, era el más fácil de todos y lo había estudiado hasta el aburrimiento. Además, seguía en su habitación, mirando las zapatillas.

Mientras esperaba a que su cerebro y su cuerpo volviesen a conectarse decidió subir la persiana al máximo, hasta que doliesen los ojos, y abrir los cristales de par en par. Puso 'Automatic for the people' en la mini cadena con un volumen suficientemente enérgico como para evitar dormirse otra vez y se preparó un café frío, bien cargado y sin azúcar; una tostada con aceite -la otra se había chamuscado- remataba el desayuno. Mientras se lo tomaba iba desperezándose poco a poco; caminaba descalza de acá para allá sin salir de la cocina, el café en una mano y la otra en la cadera, como siempre que pensaba de pie. Algo tenía que hacer hoy, algo que ayer estuvo recordándose todo el día y que se había ido de su mente con tanto dormir. Respiró profundo, se lo tomaría con calma, pues era un sábado de esos de cuando era pequeña: entraba el sol mañanero por todas las ventanas, fuera hacía frío pero en casa había veintidós grados y había dormido como si no hubiera mañana. 

Se estaba prometiendo a sí misma comprar en la semana que entraba un despertador decente, lo pondría en lo alto de la estantería para no tener más remedio que salir de la cama a la hora. Por ahora tenía que sacar a pasear a Rolz, llevar a revelar las fotos, comprar fruta, devolver la camiseta que compró por impulso -y que luego le quedaba pequeña-... Sentía que el sábado en el que se había prometido estudiar se le iba entre las horas de sueño y los recados acumulados de la semana más ocupada de su vida.

Dio el último trago a su café y el último trozo de tostada le empastó la boca mientras dejaba la taza en el fregadero. Se dirigía al baño a ducharse mientras pensaba qué se pondría, pero antes de salir de la cocina echó un último vistazo para ver si faltaba algo por recoger. En ese momento, vio algo a lo lejos que le dio un escalofrío; era extraño, no sabía por qué. Sin embargo, cuando atravesó la cocina de pronto se quedó helada, como si de golpe se hubiesen abierto todas las ventanas de la casa: había visto el calendario, con una mancha roja en aquel día. Aquel día fatídico. Aquel día en que se olvidó por completo del último examen.

s.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Au! Nunca me ha pasado y espero que nunca me pase. Buen texto, pero dime que es completamente ficticio.